El mágico arte de hacer amigos

La obra anónima 'Cupido con mariposas', perteneciente a la colección de la Galería de Arte A. Deineka, en Kursk (Rusia).

Vivo rodeada de gente que parece moverse en una danza constante de conexiones sociales, haciendo amigos con la facilidad de quien abre una caja de bombones. Para mí, sin embargo, hacer amigos es un evento extraordinario, casi mágico, una especie de hecho histórico que me deja sin aliento. En las reuniones sociales, mi capacidad es limitada; no puedo abarcar más de cinco personas, incluyendo a las que ya conozco. Además, no tengo el don de la promiscuidad social. Esto, quizás, explica por qué cuando una conexión se establece, para mí es como estar enamorada. Pienso en esa nueva persona a diario, disfruto cada uno de sus audios de cuatro minutos solo por el placer de escuchar su risa o sus reflexiones.

Quiero ver fotos de su familia, descubrir la aldea de su infancia y conocer rápidamente cuántas canciones, películas y ciudades favoritas compartimos. Me convierto en una especie de detective emocional, leyendo todo lo que escribe y escuchando cada palabra que dice. Hago regalos sin motivo alguno, me vuelvo instantáneamente cariñosa, protectora hasta el extremo, y asumo que esa persona siente lo mismo por mí. Sin embargo, todo esto puede ser problemático. Todos vemos el mundo a través de nuestra propia lente, sin darnos cuenta de que quizás no hay un reflejo exacto de la realidad.

Todo esto es muy problemático. La conexión humana es una de las experiencias más hermosas y complejas que podemos vivir, y a veces olvidar que llevamos nuestra propia realidad puede llevarnos a malentendidos. Pero, ¿qué sería de la vida sin estas conexiones, sin esos momentos que nos hacen sentir tan vivos?

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